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miércoles, 31 de octubre de 2012

CUENTO DE HALLOWEEN

CUENTO DE HALLOWEEN



31 de octubre. Las últimas horas de la tarde habían conseguido que la oscuridad le ganase la partida al día. Con el cambio de hora anochecía antes y la gente regresaba a casa a refugiarse del frío. El cementerio ya había cerrado sus puertas. El único atisbo de actividad junto a la enorme cancela de la entrada procedía de la lumbre del fogón donde todavía la anciana castañera asaba un puñado de castañas y un par de boniatos. El manto grisáceo del atardecer, la creciente humedad y la escasa iluminación, dotaban al solitario lugar de una apariencia espectral, escoltada tras el imponente muro del camposanto por los solemnes cipreses de triste estampa. Hacía rato que ya no circulaba ningún coche por la zona y el sonido del silencio solo lo rompía el crepitar de las purpúreas brasas.

Después de remover sobre la rejilla del fogón la docena de castañas, todas ellas con su correspondiente corte de cuchillo, la anciana de enlutada indumentaria y pañuelo anudado en la cabeza, barrió las hojas con las que el otoño enmoqueta las aceras. Una vez adecentado el entorno dejó la escoba apoyada a un lado del quiosco y removió las brasas con las tenazas. Parecía querer darle un mimo especial a esa última docena de castañas, lustrosas, enormes, que desprendían un atrayente aroma que ascendía transportado por el viento en envolvente danza junto con el de los anaranjados boniatos. La anciana se sentó en su silla con la manta sobre las rodillas; el saco de castañas crudas a su derecha, el de carbón a la izquierda y los cucuruchos de periódico a su espalda. Parecía dar tiempo al tiempo mientras las brasas perdían vigor. Cuando estaban a punto de perecer convirtiéndose en cenizas, la puerta pequeña de la verja del cementerio se abrió. El veterano guarda de cercana jubilación salió para dirigirse a su casa una vez finalizada su jornada. Se ajustó el cuello de la gabardina, la bufanda y soltó vaho por la boca. Hacía frío.

-¿Todavía está usted aquí? –le dijo a la anciana.

Ella le respondió con una dulce sonrisa, mientras un escandaloso grupo de críos disfrazados de vampiros, momias, zombis y otros seres abominables que correteaban por la zona en busca de víctimas a las que asustar se les acercó.

-Trato o truco –le canturrearon al unísono al hombre.

-No os voy a dar nada –respondió él sin disimular su disgusto.

Los críos se alejaron en desorganizada carrera mientras lanzaban al aire amenazantes consignas sobre la pena que le caería por no haber aceptado el trato.

“Uh, uh, esta noche no podrá dormir” “Le van a visitar las brujas” “La mala suerte le caerá encima”.

-Malditas tradiciones anglosajonas. Se están perdiendo las buenas costumbres –le dijo a la anciana que respondió encogiéndose de hombros.

El hombre dirigió entonces la mirada al contenido del hornillo y se relamió sin disimulo.

-Qué buena pinta tienen esas castañas. Póngamelas, y también esos dos boniatos; a mi esposa le encantan.

Cuando el hombre se alejó con su compra, la anciana procedió a recoger pacientemente el puesto. Justo a medianoche le echaba el candado a la puerta de la caseta. Se puso su sombrero de pico y tomó la escoba que seguía apoyada a un lado.

En su casa, el guarda y su mujer cenaron, encendieron velas en recuerdo de sus difuntos y saborearon con vino dulce las castañas y los boniatos, ajenos a la anciana montada en una escoba que pasaba volando cerca de su ventana en busca de víctimas a las que quitarles el sueño en la noche de Halloween. El guarda dormiría tranquilo, seguramente ignorando que en aquél puesto de castañas había comprado el salvoconducto de la tradición.


Al Segar



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